miércoles, 24 de agosto de 2011

ILDA


(texto absolutamente ligado al post anterior)

Soñó que la soñaba. En su sueño, pensaba, ¿es que acaso ni siquiera puedo soñarla sin más, sin ser consciente de que la estoy soñando? Soñó que en su sueño volvía a sentirla y recordó olores anhelados, latentes, que sólo habitaban en su casa y que, si supiera la fórmula, volvería a recrear. Cuestión de piel. Piel blanca, suave, arrugada sin ser vieja, manchada por el sol. La imaginó en la playa. Algún día habrá ido. No con ella, le hacía mal el sol. Pero cuando iba, usaría esos trajes de baño que hoy parecen pijamas y sería hermosa como contó que fue. Era hermosa igual, con la piel manchada y las arrugas del rostro y los dientes postizos y el pelo blanco combinado con gris. Le gustaba esa falta de coquetería, su ser hermosa sólo con ser, con ser ella, con existir.

La soñé sentada en su mecedora, en la que cuidaba que no se diera contra la pared. La pared tenía una marca que yo había dejado y por la que nunca me rezongó. Desde esa mecedora, indicaba los libros de su biblioteca que había que alcanzarle y yo admiraba su conocimiento, su memoria, su tesoro literario que ahora es mío y siempre será de ella. El de la izquierda, último estante, lomo verde. Ese le gustaba y en el sueño lo abría y leía y reía y la extrañaba del modo en que sólo se puede extrañar un sueño que no puede ser más.

Me leía a Alfonsina o, tal vez, Vilariño y su casa parecía la más cómoda de todas las cosas. De pronto, estaba en la cocina y preparaba la terrina secreta con gelatina sin sabor. En el sueño, pensaba, ¿por qué nunca probé hacerla? y, cuando la probé soñando, me di cuenta de que ese sabor de nuevo en mi boca sólo podía hacerme llorar. No quiero más, le decía y me acordaba de la vez del puré con azúcar por el que me enojé tanto y ahí, en el sueño, le pedí perdón. Y gracias y por favor y permiso y te quiero y todo lo que no le dije cuando no necesitaba soñar. Ella se reía, no importaba, decía, lo sabía. Y me leía un poema que me escribió cuando yo no sabía cuánto la iba a querer.

Le pedí que me defina, que me guíe, que me nombre, que me recomendara otros libros antes de dejar de soñar. Le conté algunas cosas que no había podido contarle porque pasaron después. Después de ella o antes del sueño, como si importara el tiempo, como si hubiera un después.

Hubo un antes que no conocí, tía, que no me contaste y quiero saber. Saber qué pensabas en esa foto que me mira en blanco y negro. Qué sentiste cuándo lo perdiste y por qué elegiste esto y no aquello y cómo hiciste para ser esto que sos para mí.

Soñó que la soñaba y fue feliz. Y volvió a ser niña y a tomar el té sin gustarle y a escucharla decir "como dice el poeta, no hay nada como el hogar", si hasta en el sueño se puede volver a él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario